Hadas, bollos de cuatro picos y machismo (Primera parte)

A snake charmer kissing a cobra at Rangoon.Picture Post - 4748 - Snake Charmer - pub. 1950
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Cuando empecé en esto de la mitología, siendo un crío, investigar era como abrir los regalos del Día de Reyes: cada nueva leyenda guardaba una sorpresa. Estaba convencido de que la tradición oral contenía las ruinas de un antiguo panteón pagano, y mi obsesión era reconstruir esas ruinas. En cada historia, cada refrán, se escondía un enigma cuya respuesta, si rebuscaba lo suficiente, aparecería en la antigua literatura celta, nórdica, oseta, griega o india. Por todas partes veía significados ocultos y conexiones misteriosas. Me encontraba un conjuro gallego o una superstición asturiana repetidas en Bretaña y me imaginaba una comitiva de druidas, difundiendo creencias de un país a otro en un pasado remoto.

Ya no soy ningún crío y con los años me he vuelto cauteloso. Ahora, cuando escribo, resuenan en mi mente las objeciones que podrían refutar mis hipótesis. He aprendido a desconfiar, no solo de mis intuiciones y de mi memoria, sino también de los libros. Antes, para documentar las creencias tradicionales de Asturias me fiaba incluso de un cuentista como Roso de Luna y de las ensoñaciones literarias que publicó en “El Tesoro de los Lagos de Somiedo”. Ahora, desmenuzo laboriosamente cada pizca de información, tratando de asegurarme de que todo provenga de una tradición genuina, y no de la imaginación de los poetas modernos.

Es una tarea difícil. Buscar siempre las fuentes primarias; anotar los nombres del informante y del recopilador; desdeñar el dato dudoso, por muy espectacular que sea; reunir una bibliografía rigurosa… Todas estas cosas se oponen a nuestros instintos. A los humanos no nos interesa el rigor ni la precisión: lo que nos gusta son las buenas historias.

El investigador se acerca al folklore con un método diametralmente opuesto a lo que la gente lleva haciendo miles de años: en lugar de recordar vagamente una leyenda que oíste de crío, añadirle cuatro detalles de tu cosecha y contarla de nuevo, un mitólogo rastrea los mil cambios insignificantes de cada historia, los compara entre ellos sin añadir ni una coma y, finalmente, propone una fuente común. Es lo que hizo Joseph Fontenrose, por ejemplo, en su extraordinario y casi ilegible libro, Pitón. Un Estudio del Mito Délfico y sus Orígenes.

Ese rigor maniático es lo que distingue la investigación válida de la palabrería inútil, de la especulación sin valor. Lo malo es que el trabajo duro y sistemático no es tan divertido como lo otro, lo de andar a la caza del tesoro, juntar tres leyendas dispares sin contexto alguno y aventurar una teoría espectacular. Sé que los buenos investigadores son metódicos y prudentes, igual que sé que la gente sana y atractiva se abstiene de las galletas de chocolate, pero hoy a mí me apetecen galletas. Este es un blog, no una tesis doctoral, y es mío, no de Joseph Fontenrose (qepd). Nadie va a echarme de ninguna cátedra por mucho que desbarre. De modo que, en los párrafos que siguen, saltaremos de un continente a otro, de un milenio a otro, para terminar aventurando una hipótesis que, estoy seguro, haría resoplar con desdén a un estudiante de antropología de primer año. Va a ser divertido.

Besar una serpiente

El mito asturiano sobre el que más he leído es el de las “encantadas”. En muchas cuevas, fuentes y riachuelos del país se cuenta que habita una mujer “encantada”, es decir, condenada por un hechizo a permanecer eternamente prisionera en dicha cueva, fuente o riachuelo. La maldición solo acabará cuando alguien (casi siempre, un hombre) la “desencante” por un procedimiento igualmente mágico.

En la versión más común, la encantada se aparece la noche de San Xuan adoptando la forma de una gran serpiente. El héroe, el protagonista masculino, deberá entonces darle un beso al reptil o, en algunas versiones, quitarle con los labios un clavel o una llave que la serpiente sostiene en la boca. Si triunfa, ella le colmará de tesoros. Si fracasa, si se acobarda y se aparta de la serpiente sin romper el encantamiento, entonces la maldición de ella se agravará, y él sufrirá un terrible castigo que puede ir desde la cojera hasta la muerte.

Hace muchos años ya que leí la interpretación que hizo el estudioso Felipe Criado Boado (1986), analizando variantes gallegas, según la cual este es un mito sexual. El clavel, afirma Criado Boado, representa la vagina. El desencantamiento simboliza una pugna entre el hombre y la mujer, en la que él debe “derrotar” o “domesticar” la amenazadora sexualidad femenina, encauzándola de la improductiva lujuria hacia la fertilidad, la producción y el crecimiento. La oposición entre ambos extremos, entre el sexo “bueno” y el “malo” se representa por dos animales, la vaca y la serpiente.

Muchos años después, en el blog Arqueotoponimia, me encontré otra teoría según la cual esta lucha entre lo masculino y lo femenino se interpreta como un ritual de iniciación. El joven penetra en la cueva de la serpiente para vencer su temor y sus inseguridades ante la mujer. El “desencantamiento” acaso fuera, entonces, la primera relación sexual del joven, quizás con una sacerdotisa (González de la Peña, 2018).

Hay todavía un tercer camino, otra vía para comprender a la mujer-serpiente: podría tratarse de la diosa-tierra, la que rechaza o legitima a los candidatos regios. El desencantamiento, en este caso, sería la unión entre el rey y la tierra, una prueba cuya superación sanciona la autoridad del nuevo rey. Una ventaja de esta teoría es que las fuentes antiguas, desde Melusina en el siglo XIV hasta las diosas soberanas irlandesas, muy anteriores, parecen confirmarla. Los mitos de soberanía son muy comunes en la literatura celta altomedieval, y fueron trasladadas desde el siglo XII a Francia y otros países europeos, adaptadas como leyendas de linajes, concebidas para dar prestigio a las casas nobiliarias. Autores como Rosa Brañas Abad y Marcial Tenreiro Bermúdez han desarrollado esta hipótesis en libros y artículos.

Se ha dicho que este mito demuestra la misoginia de la sociedad campesina que lo concibió. La mujer espera pasivamente a que el hombre la rescate de sí misma, como si fuera un ser incompleto hasta que aparezca su salvador. El mito condena el sexo por placer, representado por la serpiente. La mujer, deducimos, solo está completa cuando “produce”, y su sexualidad debe servir siempre para la reproducción y el crecimiento de la familia.

Este me parece, sin embargo, un análisis muy incompleto, que calibra erróneamente la potencia de la protagonista femenina. Es la encantada la que juzga al hombre, es ella la que le exige a él que cumpla con unas arbitrarias virtudes viriles. En casi todas las versiones de la leyenda el protagonista masculino fracasa, recibe un duro castigo y es humillado por la mujer. En una variante asturiana, el hombre no llega siquiera a presentarse para la prueba y, cuando la encantada finalmente se lo encuentra, le maldice con desprecio: “¿Estás ahí, acojonado? He de verte yo arrastrado por el barro” El hombre enferma y muere antes del año. Más que misoginia, yo diría que estas historias reflejan las inseguridades masculinas: el hombre solo es hombre cuando rinde, cuando cumple con lo que se espera de él. En caso contrario todos sufren, él y ella.

Para encontrar misoginia sin matices tendréis que esperar a la siguiente entrada del blog, donde dejaremos a la mujer –serpiente y hablaremos, por fin, de lo que mencioné en el título: el bollo de cuatro picos.

(continuará)

En la foto Manuel Toral, organizador de Fotomaliayo, y nuestro presidente Xuan Fernandez-Piloñeta. Foto C.V. La Nueva España

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Damos las gracias a la organización del certamen Fotomaliayo por el reconocimiento recibido el pasado 17 de octubre. Es un honor que se reconozca el trabajo de la Fundación y…