Lady Gregory, Yeats y otros activistas como los de la Gaelic League, defensores de la lengua del país, tuvieron éxito a medias. Cien años después de la independencia, los chavales no solo se expresan en inglés, sino que lo hacen con acento americano aprendido en Youtube. En 2021 estalló un pequeño escándalo cuando la prensa denunció el caso de una pareja china cuya solicitud para nacionalizarse fue rechazada… Porque la presentaron en irlandés. Las autoridades les exigían que repitiesen el trámite en inglés.
No, el segundo Renacimiento Celta no cuajó. Entre 1990 y 1996 puedo citar cinco películas de tema irlandés y escocés con un enfoque épico o mitológico. Son El Prado, de Jim Sheridan, en 1990; El Secreto de la Isla de las Focas, de 1994; Rob Roy y Braveheart, ambas de 1995; Michael Collins, de 1996. Más allá de ese año, escasean la épica y los brumosos misterios. Brave, de Pixar, fue estrenada en 2012; Black 47, en 2018.
La excepción es la maravillosa “Trilogía Irlandesa” de Tomm Moore, tres películas de animación que mezclan realidad y mitología en tres épocas distintas de la historia: El Secreto del Libro de Kells, de 2009, La Canción del Mar, de 2014 y Wolfwalkers, de 2020. Estas películas tienen el mérito añadido de ser producciones irlandesas (aunque en coproducción con otros países) y libres del filtro hollywoodense que lastraba, por ejemplo, a Brave de Pixar.
Moore conoce la materia: El Secreto del Libro de Kells está plagado de temas y personajes tomados de la literatura medieval, adaptados al tono de una película infantil. Si Aisling, la encarnación femenina del país, es en los mitos la amante del candidato regio, la que legitima el poder del futuro rey, aquí aparece como una niña que se convierte en la compañera de juegos de Brendan, el joven protagonista, y que le ayuda a crear el maravilloso Libro de Kells.
La independencia costó sangre y lágrimas, pero el tesoro cultural que rescataron aquellos pioneros no ha florecido tanto como merece. En 2024 hay en todo el mundo muchos más amantes de El Señor de los Anillos que del Ciclo del Ulster, muchos más fanáticos de la parafernalia vikinga que de los guerreros de la Rama Roja. Y me chincha muchísimo porque ni El Señor de los Anillos ni la Saga de las Islas Orcadas les llegan a los talones al Ciclo del Ulster.
En 2014 tuve el privilegio de pasar unos meses trabajando en Irlanda. Ascendí el Croagh Patrick junto a peregrinos descalzos, visité el cairn de Áine en Limerick. Fotografié el Cuchulain Moribundo en la Oficina Central de Correos de Dublín. Me encontré muchos menos turistas de los que esperaba. Y noté, en todas partes, una cierta indiferencia hacia el pasado y la gloria. Se me quedó grabado el comentario de un compañero: “Ahora que lo mencionas, es verdad que hay muchas arpas en nuestras banderas y logotipos. Me pregunto por qué será”.
Yo no me esperaba un bardo en cada rotonda, declamando los antiguos cantos. En todos los países, la gente alardea de los tesoros nacionales mientras deja que acumulen polvo. Después de todo, ¿Cuántos españoles se han leído el Quijote? Pero esto era algo distinto.
En Internet me he encontrado irlandeses que ridiculizaban a los “extranjeros embelesados” por el pasado y las leyendas del país. Algunos, directamente rechazaban todo el relato identitario que construyeron los nacionalistas de principios del XX. Como decía un comentario de Quora, “Lady Gregory jamás entendió Irlanda. Con razón ha caído en el olvido”. Otros, aunque se enorgullecían de su patrimonio, de los poemas medievales y de los mitos paganos, rechazaban el celtismo: lo consideraban un concepto confuso, que no explicaba nada sobre la identidad ni la historia de Irlanda, y negaban que nadie tuviese derecho, más allá de sus fronteras, a apropiarse de sus historias ni de los dioses de sus antepasados.
Ante esto, ¿qué puede hacer un “extranjero embelesado” como yo? El norte me ha atraído desde siempre pero al parecer ellos, los norteños, me han dado con la puerta en las narices. Desde pequeño, mis padres me enseñaron que cuando te rechazan, no hay que insistir. Y sin embargo…
…Sin embargo, yo sigo creyendo en el celtismo: creo que los países de la orilla atlántica de Europa compartimos una herencia común, más o menos diluida por la romanización, que merece ser estudiada, conservada y celebrada. Irlanda juega un papel clave, siendo el país donde esa herencia se ha conservado con más vigor.
Otro problema es que, después de tantos años, siguen dándome mucho asco la televisión y las emisoras de radio españolas, el reggaetón, los programas de telerrealidad, las bodas entre toreros y tonadilleras y el eterno rosario de fiestas absurdas, tomatinas, castellers, sanfermines, fallas, caravanas rocieras y el Ministro de Cultura condecorando a la Virgen con medallas.
Miro al norte, en parte, para escapar del sur. Busco sean-nós en Youtube y guardo como un tesoro el maravilloso vídeo de RTÉ One, emitido con ocasión del centenario de la proclamación de la república. Comenzaba con el izado de bandera desde cuatro fortines en las cuatro provincias de Ulster, Leinster, Connacht y Munster y concluía en la piedra de Fal, Dios mío, en la puñetera piedra de Fal en lo alto de la colina de Tara. Me pone la carne de gallina cada vez que lo veo. Quizás vaya a un psiquiatra: eso de estremecerse de patriotismo por un país en el que no has pasado ni un año de tu vida, no puede ser normal.
No entiendo a los irlandeses pero a ellos mi perplejidad les importa un pimiento, como es normal. Solo soy un extranjero cotilla, un asturiano con problemas de identidad, otra víctima de las tensiones centro-periferia en el Reino de España. Yo me aferro a un pasado mítico y mientras tanto, Irlanda revisó sus señas de identidad, se apartó de la Iglesia Católica y se convirtió en uno de los países más prósperos de Europa. Cuando viví allí, los avisos de la comunidad de vecinos en mi edificio estaban en dos idiomas: no inglés y gaélico, sino inglés y polaco.
Los últimos ochenta años de la historia de Europa han desprestigiado la búsqueda de las raíces nacionales, los héroes épicos y el amor por el folklore. Quizás Cuchulain de Muirthemne representa el nacionalismo, la complacencia y el ombliguismo, mientras que Finnegan’s Wake viene a ser la rebeldía, la modernidad y la universalidad. Tal vez sea así, aunque a mí ni muerto me veréis leyendo Finnegan’s Wake.
Quién sabe. Quizás ellos asocian el Renacimiento de Lady Gregory con el atraso y la represión que vivió Irlanda en las décadas posteriores a la independencia. Quizás la charanga y pandereta que a mí me repelen en España no sean tan distintas del trébol de cuatro hojas, los carteles de Guinness y las ñoñeces trasnochadas de El Hombre Tranquilo. A lo mejor, mientras escribo esto, hay un chaval de Galway escuchando cante jondo para huír del tin whistle, o leyendo el Romancero Gitano de Lorca con el mismo asombro con el que yo leí Cuchulain de Muirthemne.
En 2023, la plataforma Herstory consiguió que el día de Santa Brígida, el primero de febrero, fuese declarado fiesta nacional en la República de Irlanda. Brígida o Brigit, en parte santa cristiana y en parte diosa celta, se ha convertido en los últimos años en una heroína feminista. No está sola: abundan los grupos paganos basados en los viejos dioses de la literatura irlandesa medieval. Algunos de ellos, los llamados reconstruccionistas, son muy rigurosos. Sus miembros leen con atención las últimas teorías de historiadores y arqueólogos, esforzándose por comprender lo mejor que sea humanamente posible las creencias de los antiguos celtas. Tampoco tienen problema en recurrir al folklore. Y eso me da esperanzas.
Hace cien años, los viejos mitos sirvieron al nacionalismo. Hoy los aprovechan las feministas y los neopaganos. Ni Cú Chulainn, ni Deirdre ni Brigit van a caer en el olvido. El mito y la poesía son demasiado potentes para eso.

Cristobo de Milio Carrín (Uviéu, 1975), estudió inxeniería téunica de mines, pero la so vocación ye la mitoloxía asturiana y los sos raigaños precristianos. Publica davezu na revista «Asturies, Memoria Encesa» entre otres, y ye autor de dos ensayos: «La Creación del Mundo y Otros Mitos Asturianos» (autoedición, 2008) y de «Las Grandes Hadas» (KRK, 2024).




